LA EDUCACIÓN: BASE PARA LA TRANSFORMACIÓN SOCIAL

Educar no es solo transmitir conocimiento. Aprender no es solo un ejercicio de memoria. La educación, con los profundos cambios experimentados por el mundo a partir del desarrollo de la ciencia, la tecnología, las organizaciones sociales y aún la cultura, se extiende como necesidad y espectro de acción a una amplia gama de opciones y posibilidades e incluye, por supuesto, una mayor y más extensa variedad de sujetos e instituciones, cuyas acciones y decisiones inciden para que ella pueda constituirse en un importante factor de la transformación social.

Desde los primeros años de los niños y las niñas, su contacto con el mundo si bien se ha ampliado a través de recursos como las redes sociales, las plataformas digitales y más recientemente, la Inteligencia Artificial, ha puesto en evidencia nuevas carencias y ha dado a los educadores un nuevo reto: formar en valores humanos y sociales y prepararlos para que desarrollen competencias tales como el pensamiento crítico, la comprensión, la creatividad y la capacidad investigativa, de manera que sean capaces de intervenir la realidad y lograr su real transformación.

“En tiempos de cambios  acelerados, el futuro no es algo que está por llegar, sino algo que ya está aquí y que simplemente no vemos debido a que nuestros modelos mentales, creencias, formas de hacer y hábitos del pasado, no nos permiten verlo. Por eso es importante revisar a fondo los principios y creencias que sustentan nuestro modelo educativo, y estimular el debate sobre nuevas formas de En este entorno digitalizado, la educación deja de ser responsabilidad exclusiva de la escuela para involucrar también a la familia, el entorno social, económico y cultural, las instituciones del Estado y los individuos mismos, e implica enfoques tales como los derechos humanos, la diversidad de género, la libertad ideológica y de expresión, que confluyen en uno de sus retos más importantes: la formación de personas activas, comprometidas y conscientes de la corresponsabilidad que les atañe en la transformación social y la construcción de una ciudadanía informada, crítica y solidaria, una ciudadanía participativa, cuyas demandas, necesidades, preocupaciones y análisis, se tengan en cuenta a la hora de la toma de decisiones políticas, económicas y sociales.

Así pues, la calidad de la educación, identificada como una de las necesidades más apremiantes del mundo actual, no está necesariamente relacionada con la cantidad de conocimiento que cada individuo acumule a lo largo de la vida, conocimiento que si no se renueva, si no se actualiza permanentemente caerá de forma inexorable en la obsolescencia sino en su pertinencia en relación con la situación, proyecto o circunstancia al que se pretenda intervenir con el concurso solidario de quienes le rodean y el apoyo de las instituciones del Estado.

La OCDE ha dedicado todo un departamento de la organización a la búsqueda de mejores condiciones para la educación de calidad en América Latina; según su propuesta, la educación deja de ser lineal para ser inclusiva, igualitaria y con énfasis en las competencias, aptitudes, actitudes y valores que les permitan a los individuos no solo sobrevivir, sino intervenir activa y propositivamente en la transformación de su entorno de manera pertinente, creativa e innovadora. “El objetivo final de la educación es equipar a todas las personas, independientemente de su género, edad o circunstancias, con los conocimientos, habilidades y valores necesarios para ser dueñas de su futuro. No se trata de enriquecernos con un currículum brillante, sino de enriquecer nuestras vidas de forma permanente, sin importar cuándo ni dónde nos encontremos” (Cabrera, 2018) .

El aporte de la escuela y la universidad al liderazgo, la conciencia ciudadana, el pensamiento crítico, la capacidad disruptiva y las habilidades comunicativas de los estudiantes, se está incrementando con el transcurrir del tiempo y la aparición de nuevas perspectivas de acción, pero no es exclusivo ni suficiente. Datos recientes del Ministerio de Educación Nacional han revelado que el acceso de los estudiantes a cualquiera de los niveles de la educación superior (técnica, tecnológica y profesional) solo es posible para un 52% de los recién egresados y el índice de deserción anual oscila entre el 16 y el 24%.

El Estado, el contexto familiar y social y la cultura también son estamentos llamados a tomar parte de un proceso educativo que prepare a los jóvenes para la vida, el trabajo y la ciudadanía, de manera que la solidaridad, la igualdad de oportunidades, la libertad de pensamiento, la justicia, la equidad, el abordaje asertivo de las innovaciones tecnológicas y
digitales y el poder participar activa y responsablemente en la toma de las decisiones que les atañen, sean una impronta de su comportamiento.

En medio de este panorama que caracteriza la educación hoy, el papel de los docentes es cada vez más exigente y retador; como afirmara (Freire, 1972) “todos son actores de su destino así como generadores de cambio y además deben estar convencidos que sus posibles rumbos de ese proceso son proyectos posibles y, por consiguiente, la concienciación no sólo es conocimiento o reconocimiento, sino opción, decisión, compromiso.” No solo deben aprender y desaprender a diario e interactuar con sus estudiantes activando sus múltiples inteligencias, sino idear estrategias que permitan involucrar a los padres de familia, las organizaciones comunitarias y los estamentos estatales en el proceso de construcción de una ciudadanía activa y participativa.

En cuanto al Estado se refiere, lo primero es la formulación y aplicación de políticas públicas mediante las cuales se provea a las instituciones educativas de todos los niveles, las herramientas que permitan el desarrollo de la persona en todas sus dimensiones (Corporal, social, cognitiva, emocional, estética y espiritual), sin dejar de lado la influencia que ejerce el capital social en la formación y los resultados en la educación. No se trata de homogenizar contenidos, competencias y necesidades, es necesario caracterizar completamente los distintos sectores poblacionales de cada territorio y, en consonancia, fijar unos mínimos inobjetables que hagan de la educación que se imparte, una real educación de calidad que posibilite la transformación social.

El cambio no es el futuro, es una realidad que transforma el mundo y la vida en todos sus aspectos. La calidad de la educación es un reto permanente que exige la incorporación de nuevas metodologías, la actualización permanente del conocimiento y la vinculación participativa y responsable de todos los grupos sociales en todas las latitudes.

María Clemencia Gómez Carreño

Magistra en educación

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